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lunes, 27 de junio de 2011

¡CIEN AÑOS NO SON CIEN DÍAS!

Por: Oséas Macedo de Paula
Cien años no son cien días. Soy la tercera generación de asambleanos en mi familia. Mi madre ya nació cuando mi abuela, una bautista que se convirtió al pentecostalismo, frecuentaba la Asamblea de Dios de Itaocara, interior del estado de Rio de Janeiro. Hoy soy pastor y misionero con veinte tres años de ministerio. Aún estoy comenzando, pues aún no hice nada para mi Señor, comparado con aquellos que me antecedieron y algunos que aún están entre nosotros. Me recuerdo del fallecido pastor Armando Chaves Cohen, un verdadero apóstol (estos que hoy se intitulan apóstoles deberían tener vergüenza de usar este título ante a lo que aquellos hicieron). Cuando en Brasilia la iglesia estaba conmemorando sus 75 años de vida con una retrospectiva de todo su ministerio, yo aún era un joven líder de aquella iglesia. En el fin de toda aquella homenaje, él agarró el micrófono y dijo: "ustedes me hicieron recordar esta noche que yo nada hice para mi Señor". En seguida yo comenté para mi compañero: "si él, después de todo eso que hizo, en 75 años de vida, no hizo nada, nosotros entonces es que no hicimos nadita de nada".

Me recuerdo cuando leí por la primera vez la historia de nuestros pioneros. Lo que más me impactó fueron sus vidas de renuncias por una causa noble, pero no comprendida y perseguida. En aquella época no era status social ser evangélico. Ser pentecostal era sufrir persecuciones de las propias iglesias evangélicas tradicionales. Fuimos considerados espíritas por hablar lenguas extrañas, fuimos llamados peyorativamente de los "bodes", los "Biblias" y cosas de este tipo. Éramos tenido como la escoria ignorante que éramos llevados por las "novedades" y fácilmente engañados por los "gringos" (como llamaban a los misioneros). Muchas iglesias fueron apedreadas, muchos creyentes fueron encarcelados, otros sufrieron tocayas, para mencionar algunos de los peligros que pasaron. Peligros en los ríos, peligros en la mata, peligros en las carreteras, peligros en el mar y en el aire, de todos los tipos. Sufrieron todo eso por amor a la causa de Cristo. No tenían salario (Vingren y Berg ni iglesia tenían para sustentarlos en el campo misionero cuando aquí llegaron). Yo podría numerar muchas de las dificultades que nuestros ancestrales pasaron que no los impidieron de proseguir adelante con su misión.
Cien años no son cien días. Si llegamos aquí, si estamos conmemorando cien años, es porque ellos lo hicieron bien. Una buena base para que esta edificación fuera construida sobre sana doctrina e buenas costumbres.  Cuando vi y leí las noticias de las conmemoraciones de los cien años de las AD en Brasil, una pregunta que no quiere se callar vino a mi corazón: ¿Y ahora? ¿Cómo serán los próximos cien años, si Jesús no volver? Por el andar de la carretilla me preocupo mucho... Por lo que veo hoy, el futuro es incierto. Pero, esa preocupación no es en vano. Si no veamos:
1. ¿Dónde están los pastores vocacionados que están dispuestos a sufrir todo por amor a Cristo? Muchos líderes actuales están más preocupados a ocupar cargos eclesiásticos importantes, y hasta políticos (como dijo mi pastor: "dejar de ser representante de Dios para ser representante del pueblo es rebajarse y no ascender"). Otros están más preocupados con el pastoreo como medio y status de vida. En cuanto en nuestras convenciones el tiempo valioso (y los gastos también) es mal usado para componer cargos convencionales en cuanto los asuntos relevantes del temario que dice respeto a nuestra sana doctrina es relevado a escasos minutos, cuando da tiempo para eso.
2. ¡Dónde están los misioneros después de tanto tiempo? La historia de las misiones relatan iglesias con menos tiempo de existencia y con menos número de miembros que enviaron más misioneros que nosotros. ¿Somos más de 20 millones? ¿Cuántos misioneros tenemos en el campo transcultural? ¡Sería una vergüenza numerarlos!
3. La religiosidad mata. Hoy en muchos de nuestros púlpitos se predica un mensaje para formar religiosos y no discípulos. Si predica de todo, menos de la vuelta de Jesús y de lo que tenemos que hacer hasta que él vuelva. Se predica mensajes para masajear el "ego" de las personas, para no perder el feligrés. Feligrés sí, es como muchos pastores consideran al rebaño bajo sus cuidados. Estamos formando religiosos que cumplan con los compromisos eclesiásticos y en el día-a-día no tienen compromiso con el Señor de la iglesia.
4. Santidad es asunto raro. Cuando se predica sobre santidad deturpan el sentido de su significado verdadero. El mundo va entrando en la iglesia y nadie hace caso alguno. Hay creyente danzando cuadrilla (danza en homenaje a San Juan) inclusive en los llamados "retiros espirituales". Creyente que no quiere se comprometer con Cristo al punto de hasta perder su empleo para ser fiel a Dios, y se camuflan. ¡Nadie quiere sufrir por amor a Cristo! La palabra en boga es la contextualización del evangelio (otra forma engañosa de interpretar esta palabra). Tolerancia es otra palabra que está en la boca y en el corazón de muchos. Pero Dios no es tolerante con el error. El alma que pecar, esa morirá. La gracia no abolió esta ley divina.
5. ¿Dónde está la ética cristiana? Para algunos, ya no es bueno predicar sobre cómo el creyente debe comportarse frente a una sociedad pecaminosa. Están rompiendo con las buenas costumbres del pasado, bajo la alegación que están ultrapasados o son exagerados. Pero, ante la libertinaje que vemos por ahí, me pregunto si no sería mejor vivir bajo el exagero de aquellos tiempos "ultrapasados".
Podría numerar muchas otras cuestiones importantes que se están dejando de lado en muchas iglesias, en nombre de una modernización mundana. Pero, no todo está perdido. Aún hay un remaneciente que no se curvó ante Baal. Y estos irán continuar haciendo la diferencia y las bases para que, hasta que Cristo venga, las Asambleas de Dios puedan mantener la simplicidad y pureza doctrinaria necesarias para ir más lejos en el tiempo y en el espacio. Hasta que Cristo vuelva, ¡Maranatha!

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